La entrada de la Virgen en la Parroquia supone para muchos de nosotros cierta nostalgia, pues nos gusta más verla en su Santuario, pero antes no era así. Cuando hasta hace no tantos años había misa diaria, suponía la oportunidad de ver a la Virgen diariamente, y no de sábado a sábado. Era frecuente ver a personas que cuando veían el sacristán de turno abrir las puertas de la parroquia al toque de oración se acercaban a dedicar unas oraciones a la Patrona, y no decir la Novena, cuando aún el cambio climático no había adelantado las labores de vendimia. Pero los tiempos cambian y a ellos hay que adaptarse. Atrás quedaron esos años en los que hubo curas que abrían la puerta al toque del ángelus a mediodía para que la gente pudiera profesar su devoción a la Virgen.
Sin embargo, la Virgen no llega a lugar extraño: no hemos de olvidar que ese fue su primer templo, en el que la entronizaron tras su hallazgo allá por un lejano siglo XV. Y dejando la tradición local al lado, centrándonos en documentos escritos, el 3 de Mayo de 1553, ya hay constancia de que se encontraba en la Parroquia. En el libro de visitas que se conservaba en el Arzobispado de Sevilla, consta que en 1628 la Parroquia ostentaba el título de N.S. Sta. María de Palomares.
El 25 de Octubre de 1603, fecha en que se abre el testamento del alcalde Pedro Vera Basurto, se cita que la imagen ya no servía en el altar mayor por ser vestida y haberse realizado otra dorada, sin embargo la parroquia siguió llamándose de Palomares hasta 1641, en que ya aparece la Purísima como titular de la Parroquia, sin aparecer licencia o documento alguno que autorizase dicho cambio.
Sea como fuere, la Virgen baja puntualmente a la Parroquia cada 14 de Agosto para presidir la vida parroquial durante dos mese y medio, de esta forma se repara el agravio cometido en el siglo XVII por el furor concepcionista que imperaba en el arzobispado hispalense.